Sergio Sarmiento

El momento en que más aplaudieron a la presidenta Claudia Sheinbaum los participantes en la reunión del CEO Dialogue del 15 de octubre en Palacio Nacional fue cuando dijo: “Yo luché toda la vida por la democracia; no llegué a este cargo para destruirla”. No es la primera vez que la actual mandataria utiliza esta u otras afirmaciones similares. En el debate de candidatos presidenciales del 19 de mayo afirmó, por ejemplo: “Siempre hemos luchado por la democracia”.

Sheinbaum entendía bien el sentido de la palabra “democracia”. La noche del 2 de junio, cuando se dio a conocer su triunfo electoral, y después de que la candidata opositora Xóchitl Gálvez la llamó para felicitarla por su triunfo, declaró: “Concebimos un México plural, diverso y democrático. Sabemos que el disenso forma parte de la democracia; y, aunque la mayoría del pueblo respaldó nuestro proyecto, nuestro deber es y será siempre velar por cada una y cada uno de los mexicanos sin distingos. Así que, aunque muchas mexicanas y mexicanos no coincidan plenamente con nuestro proyecto, habremos de caminar en paz y en armonía para seguir construyendo un México más justo y más próspero”.
La democracia es, efectivamente, algo muy distinto que el derecho de las mayorías a hacer lo que se les antoje. James Bovard lo ha explicado en Lost Rights: “La democracia debe ser algo más que dos lobos y una oveja votando para saber qué cenar”. En “Remache: burocracia y democracia en México” Octavio Paz señaló: Naturalmente, hablo de la verdadera democracia, que no consiste sólo en acatar la voluntad de la mayoría sino en el respeto a las leyes constitucionales y a los derechos de los individuos y las minorías.
La verdad, sin embargo, es que hasta este momento el gobierno de Sheinbaum no se ha comportado como democrático. Quizá la culpa no sea completamente de ella. Las reformas que le heredó López Obrador tienen un carácter autoritario. El propósito de la reforma judicial es acabar con la independencia de los jueces. La eliminación de los organismos autónomos pretende terminar con los contrapesos al poder. La prohibición constitucional a la impugnación de reformas constitucionales es igualmente regresiva: pretende asegurar que una mayoría calificada pueda borrar cualquier derecho humano, sin que haya un tribunal nacional o internacional que pueda proteger a los gobernados.
Arturo Zaldívar lo dijo con claridad en el debate sobre la prisión preventiva oficiosa en septiembre de 2022. Si el legislativo puede establecer en la Constitución con una mayoría calificada “la tortura, los azotes, la pena de muerte, los tratos inhumanos, la esclavitud”, el poder judicial tiene la obligación de rechazar estos abusos.

La iniciativa presentada por los líderes de Morena el 22 de octubre pretende lo contrario. Para ellos, un artículo constitucional no debe ser impugnado por ningún tribunal, aunque viole todos los derechos individuales. Si el Congreso decide eliminar el voto de las mujeres o despojar de sus propiedades a los judíos, no quieren que ningún tribunal pueda oponerse. Esto no es democracia. Una democracia verdadera debe respetar los derechos humanos, pero no lo podrá hacer si no hay un tribunal constitucional que pueda evitar los abusos de la autoridad.
La presidenta Sheinbaum paró la parte más extremista de la iniciativa, pero eso no significa que haya terminado la amenaza contra la democracia; porque democracia no es nada más organizar elecciones y entregar el poder a quien tenga el mayor número de votos, sino respetar los derechos de los individuos y de las minorías.
Fernando

Hoy empieza una nueva Serie Mundial entre Yanquis y Dodgers con el recuerdo vivo de Fernando Valenzuela, quien se convirtió en leyenda del beisbol a partir de la serie entre estos dos equipos de 1981. El Toro vivió el “sueño mexicano”: salir de la pobreza en un México sin oportunidades para triunfar en un país, Estados Unidos, en que el talento y el esfuerzo sí se reconocen.

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OCT 25 2024

Por elpiripituchi

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