Sergio Sarmiento
Debe haberse sentido profundamente orgulloso. Una de las máximas alegrías de cualquier presidente es ondear la bandera nacional y repicar la campana de Dolores la noche del 15 de septiembre. El presidente López Obrador lo hizo por sexta y, quizás, última vez, después de haber humillado a críticos y rivales, y de haber centralizado el poder como nadie desde Porfirio Díaz. Quizá recordaba sus propias palabras: “La bandera es de todos, hasta de los traidores a la patria”.
Si la mayor ambición de un político es llegar al poder y ejercerlo de manera absoluta, López Obrador debe estar satisfecho. El 1 de diciembre de 2018 tomó el mando de una democracia liberal, con división de poderes y contrapesos, pero en solo seis años la ha transformado, y no para bien. Entregará a Claudia Sheinbaum un país con un partido hegemónico y mayorías calificadas en las dos cámaras del Congreso, que permiten modificar la Constitución a voluntad. De cinco gobiernos estatales en 2018, Morena y sus aliados han pasado a 24.
López Obrador, además, acaba de lograr la aprobación al vapor de una reforma judicial que sus seguidores le prometieron como regalo de fin de sexenio. Está eliminando la división de poderes y creando un nuevo poder Judicial sometido al Ejecutivo. Listas para aprobarse están otras 18 iniciativas, que van desde lo autoritario, como la eliminación de los órganos autónomos, hasta lo banal, la prohibición constitucional del vapeo.
López Obrador está feliz, feliz, feliz. Ha conseguido el sueño de construir un Estado a su imagen y semejanza. Sus fanáticos le aplauden y gritan que “es un honor estar con Obrador”. Sus índices de popularidad se encuentran entre los más altos para cualquier presidente desde que tenemos encuestas, rebasado sólo por Carlos Salinas de Gortari. Hay quien ha propuesto colocar su nombre en letras de oro en el Congreso capitalino. López Obrador piensa que ha logrado su “ambición legítima” de “pasar a la historia como uno de los mejores presidentes de México”.
El presidente ha rebasado las pretensiones absolutistas del Luis XIV, el Rey Sol de Francia, a quien se le ha atribuido la frase “El Estado soy yo” (en realidad, en sus Réflexions sur le métier de roi escribió: “El bien del Estado es la gloria del rey”). López Obrador se ha presentado, más que como la personificación del Estado, como el único representante válido del pueblo en nuestro país. Quienes tienen ideas distintas son “traidores a la patria”, “corruptos” y “enemigos del pueblo”. Su frase sería: “El pueblo soy yo”.
El absolutismo de López Obrador ha inquietado incluso a algunos de sus simpatizantes de tiempo atrás. Hernán Gómez Bruera, comentarista de izquierda casi siempre cercano al presidente, escribió ayer: “Llevo varios días con una sensación de tristeza y desilusión; por momentos una sensación de culpa. Sé que tendrá consecuencias, pero no puedo dejar de decir que la madrugada del 11 de septiembre la 4T cruzó una línea que nos obliga a reflexionar si es que estamos ante el inicio de una deriva autoritaria”.
Con una Guardia Nacional militarizada, un poder Judicial en vías de ser reemplazado por jueces electos con candidatos propuestos por el gobierno y un Congreso supeditado al Ejecutivo, hemos dejado atrás el México plural construido con gran esfuerzo a lo largo de décadas y que le permitió a López Obrador llegar al poder. Hoy él piensa que está concluyendo su mandato cubierto de gloria, como Luis XIV, pero para los mexicanos que creen en la democracia liberal y en los gobiernos limitados los festejos del presidente sólo recuerdan que en el futuro habrá que hacer un esfuerzo muy importante para reconstruir un país de libertades y equilibrios de poder.
AMLO solo
Por lo menos esta vez no ha invitado a un dictador extranjero a celebrar la independencia. El 16 de septiembre de 2023 López Obrador trajo al cubano Miguel Díaz-Canel. Hoy se despedirá solo de esas fuerzas armadas a las que tantas tareas ha encomendado.
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SEP 16 2024