BENJAMÍN BOJÓRQUEZ OLEA
Lo ínfimo de la humanidad…
Estimadas y estimados lectores, más allá de cuestiones religiosas la Navidad también es una época en la que, según se decía, era el momento de iniciar un proceso de reflexión que culminaba con la llegada de un nuevo año y que nos brindaba la posibilidad de realizar gestos de paz capaces de detener conflictos armados como aquella legendaria Nochebuena de 1914, la Primera Guerra Mundial apenas comenzaba a ser un esbozo de la tragedia que no se haría esperar durante los siguientes años, cuando los soldados ingleses y alemanes decidieron que el espíritu de esa celebración detendría a la muerte y, como lo sabemos muy bien organizaron un partido de futbol en medio de cantos y abrazos.
Anécdotas como esta última, son numerosas a lo largo de nuestra historia como humanidad, lo cual, tal vez, nos permite imaginar que hay detrás de una decisión así encontramos eso que es definitivo para que algo cambie en la sociedad la compasión.
Milan Kundera, quien por cierto murió en julio de 2023, escribió en La insoportable levedad del ser, uno de sus libros más reconocidos algo que detona las ideas y provoca que el egoísmo se agazape como un animal que espera un mejor momento para salir de su escondite. La frase plantea que “no hay nada más pesado que la compasión”.
Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos. Así, Kundera vislumbra en tan pocas palabras, la profundidad del dolor que descifra lo más vital de la dimensión humana y que, al parecer, hemos extraviado durante los últimos años.
Pero no podemos ser tan determinantes cuando se trata de la compasión. Sugerir que la hemos perdido, si bien parte de un supuesto que no nos resulta extraño es algo que sacaría de raíz toda posibilidad de futuro. Por ello, no podemos permitirnos ser ajenos a los asesinatos, de los 11 jóvenes asesinados en Salvatierra y tampoco de los cinco estudiantes de medicina que fueron asesinados en la ciudad de Celaya, y tampoco podemos olvidarnos del dolor que implican los feminicidios y las desapariciones.
Al parecer, la muerte camina en la misma banqueta en la que nosotros andamos con prisa, mirando hacia otro lado y haciendo oídos sordos a las palabras de los familiares.
Nos hemos acostumbrado a escuchar tanto acerca de la violencia y la muerte que impera en nuestra sociedad que, quizá, ya es parte de nuestra vida cotidiana. Las noticias llegan, nos generan un impacto y bastan un par de suspiros ante el horror para cambiar la página. Pero la empatía y la compasión son aquellos que pueden desarticular esa lamentable cotidianidad: no solo es indignarse ante la violencia y los asesinatos, es exigir que la justicia no sea cuestión de una retórica simplona y maniquea que ha sido capaz de maquillar las estadísticas a su conveniencia para lavarse las manos como Poncio Pilatos.
GOTITAS DE AGUA:
En numerosas familias del país, las mesas estarán incompletas. Ojalá no permitamos que el dolor nos sea ajeno y la compasión sea una invitada a nuestra mesa y se prolongue en “mil ecos”.
En otro orden de ideas, alcemos nuestras copas y brindemos por la vida o, mejor, por el milagro de estar vivos, pues, por decirlo con palabras de Carlos Pellicer, tiempo somos entre dos eternidades.
Precisamente porque la vida es apenas un suspiro regocijémonos de que en nuestro caso ese suspiro no ha terminado de espirarse.
Alcemos nuestras copas y pidamos a Dios, a la diosa fortuna y a todos los santos que nos libren de las balas, de los secuestros, de las extorsiones, de los allanamientos de morada, etc., etc. “Si cierran la puerta, apaguen la luz”. “Nos vemos Mañana”…