Alejandro Moreno (EL FINANCIERO)
La atención a la salud mental ha aumentado en los últimos años, y la concientización al respecto suele atribuirse al cambio generacional.
Suele pensarse que las nuevas generaciones han ido poniendo el tema en la agenda debido a que expresan mayores niveles de estrés y ansiedad, entre otros aspectos del bienestar emocional.
En el libro La generación ansiosa (The Anxious Generation), publicado este 2024, el psicólogo Jonathan Haidt señala que ha habido un declive de la salud mental entre la población adolescente en Estados Unidos y la relaciona, entre otras cosas, con el uso creciente el teléfono inteligente.
Pero la llamada “crisis de salud mental” suele identificarse con las nuevas generaciones independientemente del estudio de Haidt. Algunos emplean la estereotípica descripción de “la generación de cristal”, y creo que lo hacen injustamente, ya que admitir y enfrentar algunos padecimientos emocionales requiere cierta fortaleza y no la fragilidad que se les atribuye.
En cualquier caso, la idea popular es que esa crisis de salud mental es un problema que enfrentan las generaciones más jóvenes hoy en día.
Pero las encuestas recientes en México sugieren que ese no necesariamente es el caso, y que incluso la clase social, el nivel socioeconómico, puede ser un predictor tan fuerte o más de los padecimientos de salud mental que la edad o la generación. Veamos.
En la encuesta nacional de El Financiero realizada en el mes de agosto de este año a 530 personas adultas se incluyó la siguiente pregunta: “En general, ¿cómo describiría su estado de salud mental: muy bueno, bueno, regular, malo o muy malo?”.
Se trata de una autopercepción genérica, pero algunos estudios sobre salud mental sugieren que esa pregunta refleja muy bien las diferencias entre quienes tienen o no tienen diversos padecimientos como ansiedad excesiva o depresión, por mencionar algunos.
La encuesta arrojó que 24 por ciento de las personas entrevistadas describió su estado de salud mental como muy bueno y 52 por ciento como bueno, sumando un 76 por ciento que se considera que está en buena forma emocional y mental.
El 15 por ciento describió su estado de salud como “regular” y 4 por ciento lo describió como “malo”, admitiendo tener ciertos padecimientos que la encuesta no especifica a detalle, pero que representan una plétora de posibilidades.
Nadie admitió que su estado de salud mental es “muy malo”, pero el 5 por ciento restante no respondió la pregunta, dejando abierta la duda de si es falta de conocimiento o una negación a admitir algún padecimiento.
Según el sondeo, la edad de las personas entrevistadas sí arroja diferencias en la autodescripción de la salud mental: entre el grupo de 18 a 29 años de edad, 67 por ciento dijo bueno o muy bueno, proporción que sube a 75 por ciento entre el grupo de 30 a 49 años, y hasta 79 por ciento entre los de 50 años o más.
Pero no es el grupo más joven el que destaca en la autodescripción “mala” de salud mental, sino los de 30 a 49 años, en su mayoría millennials. El 8 por ciento de quienes tienen 30 a 49 años dijeron que su estado de salud mental es malo, frente a 2 por ciento del grupo de 18 a 29 y 3 por ciento del grupo de 50 o más.
Pero lo más interesante que arroja la encuesta no es esta diferencia por edades, sino por clase social. Entre quienes se describieron como clase media, 88 por ciento describió su estado de salud mental como bueno o muy bueno y apenas 1 por ciento como malo, mientras que entre las clases bajas 68 por ciento dio una valoración positiva y 7 por ciento negativa. La diferencia por clase social es tan notable como la que arroja la edad.
Y eso se refuerza en la escolaridad: el porcentaje que valora positivamente su salud mental alcanza 69 por ciento entre quienes reportaron tener una educación básica, y sube a más de 80 por ciento entre los de educación media y superior.
Estos datos señalan que la salud mental no es solamente un aspecto relacionado con la edad o la generación; hay que voltear también a las diferencias socioeconómicas y de clase social.
OCT 25 2024