RAYMUNDO RIVA PALACIO (EL FINANCIERO)
La cuña contra Claudia
López Beltrán se convertirá en el comisario político del régimen, una pesadilla que tendrá que enfrentar Sheinbaum anualmente.
La llegada de Andrés López Beltrán a la dirigencia de Morena para hacerse cargo de la operación político-electoral son malas noticias para la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que desde que fue informada de su encumbramiento en el partido no le cayó bien la noticia y a varios de sus colaboradores se les indigestó el nuevo cargo. López Beltrán, el hijo del presidente Andrés Manuel López Obrador más involucrado en la política y que trabajó junto a él las estrategias electorales que lo llevaron a Palacio Nacional, es una cuña para Sheinbaum y un mensaje de que su sucesión presidencial será una batalla entre la presidenta de la República y los López de Macuspana.
Falta buen tiempo para que esa lucha se materialice, pero, de saque, Sheinbaum entra con desventaja. Ayer pronunció un discurso que, pese a los superlativos recargados para elogiar a López Obrador, no arrancó ovaciones ni entusiasmó. Hubo aplausos tibios o de cortesía, y algunos momentos ni siquiera motivaron la corrección. Morena no le pertenece ni le reconoce liderazgo. No se guardaron las apariencias. Hubo momentos incómodos durante la alocución de Sheinbaum, donde el discurso, diseñado para que la multitud coreara el final de la frase, se estrelló con el silencio.
Más de tres mil consejeros y consejeras eligieron sin contratiempos a Luisa María Alcalde como presidenta nacional y a su directiva, donde la única persona que sobresalió y acaparó los reflectores fue Andy López Beltrán, el nuevo poder real en el partido, como secretario de Organización, la ventanilla de donde saldrán las futuras candidaturas a puestos de elección popular, palomeadas por él y su padre, que, donde se encuentre, seguirá jugando un papel central en el destino de Morena y, a través de él, del país. “Nuestro trabajo al frente de esta secretaría”, ratificó López Beltrán al aceptar el cargo, “será mantener ese legado”.
Ese era el plan de los guardias rojos del Presidente, encabezados por Rafael Barajas, el monero de La Jornada conocido como El Fisgón, el jefe de la maquinaria de propaganda Jesús Ramírez Cuevas y el coordinador de Morena en el Senado, Adán Augusto López, uno de los que perdieron contra Sheinbaum la candidatura presidencial, como se reveló en este espacio el lunes pasado, cuando convencieron a López Obrador de apoyar la unción de su hijo como el factótum de Morena, para consolidar su proyecto y trascendencia histórica. No será sólo eso. A través de él existirá un poder bicéfalo en el nuevo régimen.
Se vio en el Congreso Nacional del partido este domingo. La idea de los puros del obradorismo fue un diagnóstico correcto de lo que hay en Morena. Las lealtades están con López Obrador, no con Sheinbaum, y harán lo que les mande decir a través de Andy, aunque en ocasiones choque con las necesidades coyunturales de la presidenta para gobernar. El planteamiento había sido sembrado hace meses, luego de que López Beltrán le expresó a su padre que su candidata no era de fiar, lo que le sembró dudas sobre su sucesora.
Una expresión clara de ello fue que cambió su discurso, de aceptar que Sheinbaum probablemente tendría que correrse al centro por razones de pragmatismo, a la radicalización de sus palabras para acotarle los espacios de maniobra. La presidenta electa acusó recibo públicamente este domingo con una exposición calca de las políticas irreductibles de López Obrador en materia energética –contrario a la moderación que ha mostrado ante los inversionistas para tranquilizarlos por la reforma judicial–, y con una narrativa de polarización, que no es usual en ella.
López Beltrán se convertirá en el comisario político del régimen, una pesadilla que tendrá que enfrentar Sheinbaum anualmente, para ir midiendo si es posible cambiar lealtades de López Obrador para ella, una vez que despache en Palacio Nacional, y utilizar como herramienta de persuasión el presupuesto, para superar la primera mitad del sexenio, y la amenaza de la revocación de mandato.
La decisión de que Andy ocupe la posición más estratégica de Morena es, a la vez, una afrenta del Presidente contra Sheinbaum. López Beltrán, con quien tuvo una relación muy cercana por años, pasó de ser su controlador político en las elecciones para la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México hace seis años, a un adversario en las elecciones capitalinas de este año. El hijo del Presidente fue uno de los bulldozers que derrumbó al candidato de Sheinbaum al cargo, Omar García Harfuch, y operó junto con los guardias rojos del obradorismo a favor de Clara Brugada.
El cerco obradorista en torno a Sheinbaum se ha ido cerrando. Inicialmente López Obrador iba a tener como única testaferra en la presidencia de Morena a Luisa María Alcalde –hija de Bertha Luján, su eficiente operadora por un cuarto de siglo–, pero vieron en el círculo íntimo de los guardias rojos que no era suficiente. López Obrador no confiaba en su capacidad, pero con los guiños de Sheinbaum al sector privado que motivaron la radicalización de su narrativa, se consideró que tampoco sería funcional. Alcalde no serviría de parapeto ni tampoco con la fuerza que frenara que la presidenta, por necesidades coyunturales, se desviara del guion escrito por López Obrador.
En una columna publicada en este espacio, en febrero de 2018, se mencionó que si los partidos en el mundo no son democracias, sino estructuras verticales, en el caso de Morena su conformación era más monárquica. La verticalidad unipersonal es autoritaria y el manejo simulado para acceder a puestos de elección popular de aquellos que han sido tocados por la mano de López Obrador no permite juego interno entre facciones. El poder, como son las monarquías, no se entrega mediante el ejercicio democrático o por el sistema de méritos, sino que se cede a su misma sangre. Hace seis años y medio no había condiciones para el nepotismo ni necesidad de consolidar el legado. Hoy, donde las condiciones están creadas, es totalmente diferente y Andy, como fue siempre, es el primero en la línea de sucesión del obradorismo.