Alejandro Moreno
Los cambios institucionales que promueve la 4T han comenzado a generar ansiedades acerca del futuro de la democracia en México.
Para el oficialismo, las reformas, incluida la recientemente aprobada reforma judicial, aunque también la previsible desaparición de los organismos autónomos, se presentan como cambios en favor de la democracia, toda vez que se traslada al pueblo la decisión de elegir y se deshace de entes tecnocráticos que cuestan recursos pero que no han abonado mucho a nivelar o a reducir las desigualdades sociales, según esa narrativa.
Para los críticos, categoría que no solamente incluye a opositores, las reformas van en dirección contraria a la construcción democrática. Entre las preocupaciones se dice que las reformas debilitan la separación de poderes, hacen al Poder Judicial más vulnerable, generan incertidumbre legal y se desarticula una serie de contrapesos y mecanismos de monitoreo y transparencia que se habían venido construyendo a la par de la democratización, así como a la par de la integración regional norteamericana.
Las tensiones generadas por la propuesta y aprobación de la reforma judicial han develado, una vez más, los grados de polarización política que imperan en nuestra sociedad, remarcando la falta de diálogo y entendimiento mutuo.
Sin importar en qué lado del debate estás, la preocupación acerca del futuro de la democracia en México es una de las cosas que parece unificar a tirios y troyanos, aunque unos con una visión de democracia y otros con otra. Esta confrontación de visiones se dejó ver en las campañas y en los debates presidenciales.
Las encuestas recientes sobre valores sociales y políticos revelan que las nuevas generaciones de mexicanos son las que más valoran a la democracia, hallazgo que va en contra de lo que algunos académicos habían reportado en años recientes en Europa y Norteamérica: que las generaciones más jóvenes se mostraban menos afines a esa forma de gobierno.
En México, la generación Z, cuya mitad ya es adulta y la otra mitad lo será en los próximos años, manifiesta en las encuestas el mayor nivel de apoyo a la democracia. La expectativa de esa nueva generación es que haya más democracia en los años próximos, no menos.
De acuerdo con una encuesta nacional sobre valores sociales realizada en 2023, el 81 por ciento de las personas entrevistadas, 2 mil 500 adultos en todo el país, dijo que tener un sistema político democrático es “bueno” o “muy bueno”.
La encuesta arroja diferencias generacionales bastante notables. Entre la generación Z, esa valoración positiva alcanzó 90 por ciento, mientras que entre la generación millennial se registró 83 por ciento; entre la generación X, 77 por ciento, y entre la generación de baby boomers, 75 por ciento.
Entre las tres generaciones de mayor edad, la valoración positiva de la democracia creció ligeramente si se le compara con las respuestas obtenidas en una encuesta realizada 20 años antes, en 2003. Esa encuesta previa también revela que entre la generación posrevolución, nacida entre 1923 y 1945, la valoración positiva de la democracia era la más baja, con 61 por ciento, mayoritaria pero lejos de lo que expresan las generaciones jóvenes hoy en día.
La democracia es mejor valorada entre las nuevas generaciones en México, particularmente por la GenZ, o centennials. Es muy factible que se trate de una generación que, como algunos segmentos de la GenX que tenía la edad de la GenZ cuando los cambios políticos de 1988 y posteriores, se mantenga alerta a su desarrollo.
Hablaremos más de la GenZ en este espacio con base en la encuesta mencionada, pero baste decir que la GenZ luce como una generación celosa y vigilante del funcionamiento democrático, un rasgo fundamental en esta era de ansiedades sobre el futuro de la democracia en el país.