RAYMUNDO RIVA PALACIO
ESTRICTAMENTE PERSONAL
Andrés, dispuesto al suicidio
El presidente Andrés Manuel López Obrador está jugando con fuego y tiene sobre la mesa una idea que ya planteó a sus colaboradores: solicitar la salida del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, conocido como T-MEC, para presionar a Estados Unidos y obligarlo a que acepte sus términos en el capítulo energético. López Obrador se inspiró en el presidente Donald Trump, quien para presionar al Congreso a aprobar el T-MEC, que remplazaría al Tratado de Libre Comercio de América del Norte que consideraba un “desastre”, amenazó con retirar a Estados Unidos del acuerdo.
Los planteamientos de López Obrador fueron hechos luego de que la secretaria de Economía, Tatiana Clouthier, y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, le dijeran que la reciente controversia con sus socios comerciales no sería ganada en un arbitraje independiente, por los términos como quedó redactado el T-MEC. El embajador en China, Jesús Seade, que fue observador con facultades de voto y veto durante las negociaciones que llevó a cabo el equipo del presidente Enrique Peña Nieto, le envió una carta donde le recuerda con detalles los compromisos que adquirió su gobierno en el acuerdo.
El reclamo se encuentra en el capítulo 8 del T-MEC, que se refiere al sector energético. Estados Unidos y Canadá aseguran que México ha violado varios artículos, pero López Obrador sostiene que es falso y que no aceptaría nada que viole la soberanía mexicana. El borrador del capítulo 8 subraya la soberanía mexicana sobre sus recursos naturales, la cual está salvaguardada. Las acusaciones de sus socios comerciales son por el incumplimiento de lo que aceptó López Obrador, por medio de Seade, durante las negociaciones energéticas.
El borrador es de pleno conocimiento del Presidente, por lo que sabe –a menos que no lo haya entendido– que el acuerdo es transversal y tiene compromisos tangibles, como el que no se revierta la reforma energética, revelado por el propio Seade al día siguiente de la conclusión de las negociaciones. El principal argumento que había esgrimido el equipo negociador estadounidense fue que sería inaceptable que el nuevo gobierno de López Obrador quisiera tratarlos como socios “de segunda”, al pretender eliminar del borrador lo que ya había aceptado en el Acuerdo de Asociación Transpacífico y con los europeos.
La discusión en las próximas consultas por el reclamo de Estados Unidos y Canadá será técnica, pero López Obrador politizó la negociación y quiere engañar a los estadounidenses. Poco después de oficializarse la denuncia, el Presidente habló con el embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, tras lo cual dijo que no se romperían los lazos comerciales, pero el viernes, en declaraciones confusas, dejó abierta la posibilidad de salirse del T-MEC, y corrigió después señalando que eso no beneficiaría a ninguno de los dos países. Parecía una esquizofrenia política, pero no lo era.
En su pensamiento hay dos planos, donde la aceptación de la administración Biden al enfoque energético que busca imponer López Obrador pasa por la solicitud de repudio del acuerdo comercial. López Obrador cree que es posible jugar un gambito con la amenaza porque Estados Unidos resultaría muy afectado en materia agrícola, industrial y tecnológica, así como en las cadenas de suministro que han sido un tema prioritario en las conversaciones bilaterales desde hace más de un año.
La presión, que también puede interpretarse como chantaje, está inspirada en el actuar de Trump, aunque López Obrador quizás está pensando mal su estrategia. Si Trump tenía que cumplir su amenaza, sería un fuerte golpe para Estados Unidos, en efecto, pero no dejaría de ser la principal economía del mundo. Si Biden no juega el bluff de López Obrador, que es lo que parece ser en el fondo, el aparato productivo mexicano quedaría desconectado del norteamericano y perdería la locomotora que le dio crecimiento, bienestar y estabilidad desde 1994.
Repudiar el T-MEC no es una decisión tomada, pero el Presidente dio instrucciones para que se vayan construyendo las condiciones para que, en caso de conflicto, tenga el consenso nacional. López Obrador está animado tras revisar la semana pasada una encuesta interna sobre la reforma energética y los precios de los combustibles, concluyendo que políticamente le convenía pelearse con Estados Unidos, con su trillada perspectiva “nacionalista” y la defensa de lo que llama “la patria”.
Los resultados de la encuesta apoyaron el anuncio de responder los reclamos de Estados Unidos y Canadá el 16 de septiembre, una de las grandes fechas patrióticas mexicanas, para lo cual integró un equipo para que aporte ideas, conceptos y redacte el discurso de ese día, encabezado por su principal asesor político, el vocero Jesús Ramírez Cuevas; su segundo gran consejero político, el monero de La Jornada, Rafael Barajas El Fisgón; el controvertido director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, y el coordinador de asesores, Lázaro Cárdenas.
La línea sobre la que versará el discurso es política, no técnica; es belicosa, no prudente. Es la quintaesencia de López Obrador, cuyo discurso retomará probablemente sus ideas con fuerza, algunas ampliamente conocidas en el repertorio presidencial, como la “explotación” y los “saqueos” de las empresas extranjeras, y su presunta manipulación por parte de grupos opositores en México.
El mensaje, por más bien que se reciba en algunos sectores mexicanos e inyecte combustible al nacionalismo, no va a ayudar a México en la negociación, que, a decir de los propios funcionarios mexicanos, no tiene un equipo capaz para llevar a las consultas, al haber sido despedidos en los últimos tres años prácticamente todo el equipo técnico que participó en las reuniones del T-MEC.
Las condiciones objetivas son bastante desfavorables para México, porque efectivamente, parece ser el consenso, se violaron acuerdos palomeados por López Obrador. Las condiciones subjetivas, por lo contrario, son altamente favorables al Presidente, aunque para efectos del tratado comercial, carecen de valor. El 16 de septiembre habrá probablemente más radicalismo en el mensaje de López Obrador y menos conciencia sobre lo que su actuar significa. La permanencia en el T-MEC seguirá en el aire.